centrado en Cristo, desde el momento que tampoco es un mito explicativo de los principios, ni una fábula que interpretar alegóricamente: “No hablamos de tal manera que no podamos demostrar lo que decimos, como hacen los que inventan fábulas” (Justino, Apol. I, 53), sino una creencia que se refiere a la existencia, a la realidad última –Dios– y al destino humano, el conjunto de sus proposiciones se convierte en objeto de la reflexión filosófica. Pero lo más sorprendente es que, desde sus orígenes,
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